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Quadrivium es una editorial independiente, que empieza sus andanzas en un contexto caracterizado por saberes que se autorizan como repuestas a todo, de certezas, y de un mercado global que asegura el objeto adecuado a cualquier necesidad; que produce un sujeto  singular, que rechaza toda marca o señal, abrumado por una promesa de completud que lo hunde en las arenas movedizas de la desesperación, el escepticismo y la falta de sentido.

Cualquier cuestionamiento en un contexto así, va a contrapelo de la época.

Es un lugar común que durante toda  la historia, artistas y escritores han cargado con la responsabilidad de cuestionar certezas, hurgar en las convicciones, señalar los puntos de inflexión de los saberes absolutos. Sus respuestas, originales y renovadoras, marcan diferencias y distancias, subrayan la crucial importancia de eso que resiste a toda escritura, provocando el descentramiento de este sujeto petrificado en la autocontemplación. Arrancado así de la pasividad, es precipitado sobre nuevos e inciertos horizontes.

En esta postmodernidad, el artista está llamado a ocupar ese lugar de incesante cuestionador, en constante rebelión contra todo intento de reducir el arte y el artista  a la banalidad de un objeto más de lujo, de consumo.

 En este punto nodal es donde  se sitúa Quadrivium (uno de cuyos significados es encrucijada, entrecruzamiento de caminos): entre un escritor cuya obra cataliza las complejas vicisitudes del deseo que anima al alma humana, y un sujeto  que hoy más que nunca necesita ser  sacudido, arrancado de su autocomplacencia narcisista.

En Quadrivium estamos  convencidos  de la gran importancia  de escritores y artistas de todas las épocas, y desde luego,  en esta compleja realidad en la que estamos inmersos. Así mismo, somos conscientes de las peripecias   y dificultades que depara el confrontarse con las circunstancias  de esta  época que nos toca vivir. El fruto de esta ardua labor, pues, necesita vías  de expresión, y ahí queremos estar, siendo el canal de comunicación de su qué decir.

 Editorial Quadrivium viene a sumar sus esfuerzos  al de artistas  y escritores que buscan poder comunicar y divulgar su qué decir. De esta forma pretendemos  contribuir  a esta gran obra que es el pensamiento y la literatura de nuestra época: transmitiendo las formas novedosas y originales  de pensar y sentir que subyacen en el interior, principalmente de figuras no consagradas, pero que tienen  el valor suficiente de no dejarse intimidar por la sociedad ni por las culturas oficiales.

 

¿Para qué escribir?, ¿Qué necesidad tiene un libro? Son preguntas pertinentes  en esta postmodernidad de saberes concretos.

Escribir siempre comporta una relación  dual que se esgrime entre un escritor y un lector.

Como todo arte, el escribir no se  aprende, surge de una búsqueda siempre fallida, de una pregunta que resiste toda respuesta, de la insistencia en una brecha insoslayable.

Escribir es un acto individual y privado. Es la aventura en solitario de quien se adentra  en el laberinto de un pasado lejano, guiado solo por la luz de la intuición que prende en su interior, en busca de un Minotauro  cuyo paradero desconoce, desliando el cadejo de hilo de Ariadna que asegurará el regreso.

El escritor funda una marca, y toda marca es un corte en una superficie uniforme que abre brechas y bordes, limita espacio y establece diferencias. Toda marca, toda señal inaugura un antes y un después. La escritura, en tanto que marca, jalona la vida del sujeto, por lo que funda la historia misma. Entonces, hay una  relación entre escritura, marca e historia.

Su producto, la obra, es el reflejo invertido de una realidad que se recrea a modo de narciso en la contemplación de una imagen ideal imposible de completud.

El escritor es conocedor  del placer  que depara  lo nuevo, hacer algo allí donde no había nada. Pero también el sufrimiento que implica buscar en solitario, y el dolor de no haber hallado el objeto.

 Precisamente lo infructuoso de esta búsqueda es lo que sumerge al autor en sentimientos contradictorios de amargura y felicidad. Pero en modo alguno esta búsqueda ha sido vana, porque el día que encuentre el objeto, el Minotuaro en su laberinto interior, ese día escribir ya no tendrá sentido.

Entonces su obra, en tanto que  es el testimonio de su particular búsqueda interior, no busca necesariamente ser comprendida, reducida  a un puro objeto de consumo; si no que, al rasgar la realidad con las aristas de lo inédito, de lo sorprendente, hace vibrar el interior de cada lector, deviene color sobre lienzo gris esparcido con la brocha del deseo íntimo.

 

El lector es segundo en esta relación entre el autor y la obra. Ser segundo no quiere decir en modo alguno tener menos importancia. La lectura es ajena a la obra, al texto mismo, y al propio autor. El lector es una alteridad que le va a conferir un significado al texto. Por tanto, deviene  la función que da estatuto a la obra misma, a quien debe toda su existencia. El lector es quien asegura que está escrita en letra perdurable y que, por tanto, es trascendente.

En cierto modo, leer es someterse a una letra escrita por otro, implica la búsqueda de un sentido más allá de la comprensión. Para los griegos, el escrito  era portador de un poder al que se sometía al lector.

Entonces, hay que distinguir, pues, entre la huella escrita, fijada, duradera, y sus lecturas posibles, que se hacen  siempre en el terreno de lo efímero, de la invención, desde el particular mundo del lector. Así, si el texto es uno, las lecturas, en tanto que afectan de forma distinta  a cada lector, son plurales.

La lectura excede el mismo texto, no busca unificar sentidos. El lector lee el cuaderno de bitácora de un  explorador de regreso, exhausto, que no ha encontrado nada en el laberinto de su interior, de no haber contemplado la belleza de ningún paisaje. Ofrece, como testimonio de esta búsqueda fracasada y fallida, lo único que puede: su obra.

El lector, de quien desconoce el autor su paradero y qué leerá en su obra, también es parte de la búsqueda del autor. En él no busca tanto  una persona, si no un espacio de encuentro donde lo imprevisto tenga lugar, y que precisamente esto sea la catapulta del juego dialéctico.

El lector, como portador de este espacio, asegura que las cartas no están echadas de antemano, que la partida está presidida por lo incierto, y esto precisamente es lo que asegura el juego.